La hermana Kathleen Johnson Eyring, esposa del presidente Henry B. Eyring, segundo consejero de la Primera Presidencia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, falleció rodeada de sus familiares a los 82 años.
La hermana Eyring ha sido uno de los más grandes ejemplos de apoyo que puede tener un esposo tras sus casi 40 años de servicio en la Iglesia.
A menudo, el presidente Eyring ha rendido homenaje y agradecimiento a su esposa por el constante soporte y ayuda en su ministerio. En un discurso en el Vaticano, el presidente Eyring comentó lo siguiente:
“Me he convertido en una mejor persona al amarla y vivir con ella. Nos hemos complementado más allá de lo que podría haber imaginado… Ahora me doy cuenta de que juntos crecimos hasta convertirnos en uno, levantándonos y moldeándonos lentamente, año tras año. El hecho de que absorbiéramos las fortalezas el uno del otro, no disminuyó nuestros dones personales”.
Primera cita
Henry B. Eyring recibió la asignación del presidente Cox para que representara a la presidencia del distrito en una “junta matutina” para adultos solteros que se llevó a cabo en la Catedral de los Pinos, un anfiteatro natural en lo alto de una colina boscosa en Boston.
Después del evento, Henry caminó entre los árboles que rodeaban el anfiteatro hacia el estacionamiento donde había dejado su Volkswagen Beetle rojo, un regalo de su padre por haber obtenido su MBA.
Al entrar al estacionamiento, el presidente Eyring vio a una joven de cabello castaño rojizo con un vestido rojo y blanco. Nunca antes la había visto, pero quedó inmediatamente impresionado por la bondad que ella irradiaba.
Un pensamiento vino a su mente: “Ella es la mejor persona que he visto en mi vida. Si pudiera estar con ella, llegaría a ser todo lo bueno que siempre quise ser”.
Al día siguiente, la presidencia del Distrito de Boston asistió a la reunión sacramental en la histórica capilla de la Iglesia en Longfellow Park en Cambridge, cerca de Harvard Yard.
El presidente Eyring, sentado en el estrado junto al presidente Cox, volvió a ver a la joven en la congregación. Se inclinó hacia el presidente Cox y le dijo: “Esa es la chica con la que daría cualquier cosa por casarme”.
La joven Kathleen Johnson era una estudiante de veinte años de University of California en Berkeley que no tenía intención de estar en Massachusetts aquel verano. Ella vivía al otro lado del país y se encontraba en la ciudad por una amiga que la invitó.
Henry consiguió su número de teléfono y luego la invitó a salir. Sin saber ni su nombre, ella despreocupadamente lo evadió: “Si estás en la capilla el domingo, entonces hablaremos”.
Él se aseguró de estar allí.
Su pasión por el tenis los llevó a su primera cita. Ella le ganó sin dudarlo. Desde entonces pasaron el verano cortejando. Cuando Kathy regresó a California, ambos se tomaron el tiempo para visitarse.
A principios de 1961, ocho meses después de haberse conocido, Kathy hizo una visita final a Boston. Ambos sabían que su relación no podía continuar a la distancia. Para ese entonces, estaban muy enamorados, pero Kathy le dijo a Henry que no volvería a verlo.
Sin embargo, gracias a las fervientes oraciones de ambos, ellos supieron que estaban destinados a vivir por las eternidades.
La vida como familia
Años después de su boda, la familia se mudó a la casa de huéspedes de sus padres en California. Con el tiempo, el presidente Eyring fue asignado como el próximo presidente de Ricks College (ahora BYU–Idaho).
Pasaron de vivir en California a un remolque cerca al campus de Rexburg, Idaho. A pesar de vivir en esas condiciones, la hermana Eyring nunca se quejó. El presidente Eyring recuerda lo siguiente:
“Porque el Señor ya le había dicho: ‘Vive para que, cuando llegue el llamado, puedas alejarte fácilmente’. Entonces ella supo que estaba en el camino del Señor y estaba bien”.
Su familia la describió como una “persona muy reservada y modesta” y le enseñó a sus hijos con mucho amor y paciencia.
Sus últimos años
El presidente Eyring siempre tuvo la sensación de que la prioridad de su esposa era tratar de hacer lo que el Señor quería.
A pesar de que poco a poco la salud de la hermana Eyring se iba deteriorando, el presidente Eyring dijo que: “Todavía estamos juntos en esto”.
Finalmente, en uno de sus discursos, el presidente Eyring recordó lo siguiente:
“Ahora apenas puede hablar algunas palabras al día. La visitan personas que ella ha amado en nombre del Señor.
Cada noche y cada mañana, canto himnos y oro con ella; y yo tengo que ser el portavoz en las oraciones y en las canciones.
A veces, la veo gesticular la letra de los himnos. Prefiere las canciones para los niños. El mensaje que más parece gustarle lo resume la canción “Yo trato de ser como Cristo”
El otro día, después de cantar la parte que dice “Yo trato de ser como Cristo”, ella dijo en voz baja, pero con claridad: “Trato, trato, trato”.
Creo que descubrirá, cuando lo vea, que nuestro Salvador ha puesto Su nombre en el corazón de ella, y que ha llegado a ser más semejante a Él.
Ahora Él la lleva en brazos durante sus desafíos, tal como los llevará a ustedes durante los suyos”.