Cáncer terminal: La entrañables misericordias que recibió una joven madre
Recibir la noticia de que tienes cáncer no es fácil. Recibir la noticia de que te queda poco tiempo de vida te golpea un poco más.
De las muchas emociones que sentí, las oraciones de rodillas, las batallas con la quimioterapia y las pastillas, las lágrimas de mi familia, y la ayuda del Señor he podido ver, en gran medida, las entrañables misericordias que el Padre Celestial me ha brindado.
Aceptar Su voluntad y el plan que tiene preparado para mí me han hecho ver las cosas de una manera diferente.
Me han hecho ver bendiciones en lugares que nunca había imaginado y éstas son algunas cosas que me gustaría compartir con ustedes.
1. Dejar mis asuntos en orden
A diferencia de la mayoría, tengo la bendición de saber cuál es el tiempo que me queda en esta tierra, me ha dado la ventaja de priorizar aquello que sé que debo hacer y que necesito mejorar.
Ya sean las cosas de la casa, de la familia, en lo temporal o espiritual, este tiempo me permite prepararme para lo que sé que vendrá.
He pensado mucho en esto y lamentarme por mi enfermedad no va a cambiar las cosas; me gusta aprovechar ese tiempo con sabiduría.
Me alegra haber tenido el tiempo para disfrutar las bendiciones que el Padre Celestial me ha dado como un esposo, mis dos hijas, conocer el Evangelio y tener la seguridad de las ordenanzas del Templo, la Casa del Señor.
2. Sentir algo de lo que vivió el Salvador
Cuando el dolor es muy grande y lo único que puedo hacer es clamar al Señor con toda las fuerzas de mi corazón para que Su misericordia pueda brindarme paz, pienso en aquellas últimas horas que Jesús tuvo con Su padre en el Getsemaní sabiendo que sería sacrificado por el bien de toda la humanidad.
Me pongo a pensar en el dolor que sintió y que sentiría estando en la cruz, pienso que tal vez en una mínima parte puedo comprender lo que hizo por nosotros.
Estando en estos momentos también he llegado a sentir, que al igual que Cristo, he podido ser reconfortada por ángeles, el Espíritu Santo e incluso Nuestro Padre Celestial.
He podido llegar a sentir un mayor aprecio por Su sacrificio expiatorio porque en verdad lo sufrió todo para saber “cómo socorrer a los de su pueblo, de acuerdo con las debilidades de ellos” (Alma 7: 12).
3. Oportunidades de servicio
Desde el momento en que empecé a sobrellevar esta enfermedad, he tenido la oportunidad de recibir el cariño y la atención de muchos miembros de la Iglesia de Jesucristo. Me he sentido vista y amada por Dios gracias a ellos.
Así como también he recibido ese servicio, trato de encontrar maneras de servir a otros.
Sé cómo se siente recibir ayuda en un momento de necesidad y espero brindar ese mismo apoyo a quien lo necesita a pesar de mis limitaciones.
No han sido cosas muy grandes o significativas, mas siento que he podido brindar un poco de consuelo y esperanza quien lo necesitaba. Siento que también puede ser una fuerza para bien en beneficio de los demás.
4. Preparar a mis hijas
Tengo una hija de 15 años y una hija de 21. La mayor terminó la misión hace pocos meses mientras que la menor todavía sigue cursando la secundaria.
Al meditar en lo que será de ellas y en el tiempo que me queda, trato de pensar en todas las maneras que puedo preparar a mis hijas en lo temporal así como en lo espiritual.
Algunas cosas que les he enseñado, las volvemos a repasar, como saber usar la lavadora, coser y cocinar.
La importancia de las oraciones, el estudio de las escrituras y la asistencia a la capilla es una lección que siempre me gusta resaltar.
Sé que su papá hará también las cosas por ellas, proveerá por ellas y les recordará estas mismas lecciones, sin embargo, me gusta creer que mis palabras llegan a su corazón y que sienten lo valioso que es seguir al Señor.
Me hubiera gustado tener más tiempo para enseñarles todo lo que una madre puede brindarle a sus hijos.
La realidad no es esa y eso me permite ser más consciente de ello y aprovechar el resto de vida que me queda haciendo estas cosas, mostrándoles mi amor con cada una de estas lecciones.
5. Sentir la mano de Dios
Gracias a esta enfermedad he podido sentir cómo el Señor realmente acompaña a Sus hijos e hijas en las buenas y en las malas.
Aún en los días donde he murmurado contra los cielos, he visto como me ha sostenido y a mi familia, brindándome paz y consuelo.
Uno de esos momentos fue cuando el doctor me dijo que el cáncer había avanzado tanto que se había expandido por todo mi cuerpo.
Sentí que iba a desplomarme, pero unos brazos sostuvieron mi cintura permitiéndome mantenerme de pie. En aquel instante pensé que había sido mi esposo.
Cuando lo escuché hablar y me volví a verlo, me di cuenta que él estaba a mi lado con los brazos cruzados y el rostro angustiado. Él no me había sostenido, tampoco el doctor.
Sólo estábamos los tres en aquella habitación, a dos de los cuales sí podía ver. Supe sin duda que había mucho más del otro lado del velo cuidando de nosotros.
Tal vez a algunas personas no les parezca justo, pero estoy haciendo lo necesario para un día regresar a vivir con mi Padre Celestial y para que mi familia también pueda hacer lo mismo.
Creo fervientemente que las familias pueden ser eternas. Si yo he de partir primero, sé que sentiré mucho gozo al recibirlos en mis brazos nuevamente cuando su tiempo en esta tierra haya llegado a su fin.