Revista Liahona: Cuando la fe en Jesucristo puede traer sanación
Cuando estaba en la misión, pasé por dificultades que creía que no tenían solución alguna.
Decidí contarle esto a una de mis amigas más cercanas, me escuchó y me preguntó: “¿Has probado orar al respecto?”
La respuesta era un sí a medias. Sí, había intentado orar, pero no de corazón. No había orado con fe, mucho menos creía que todas mis heridas serían sanadas.
Creía que este tipo de respuesta las recibían los demás pero no yo.
Como misionera, frecuentemente le enseñaba a las personas que podían encontrar fe en Cristo, sin embargo, a pesar de que me esforzaba por obtener Su poder sanador, nunca llegué a sentirlo por completo.
Un día, me sentí terriblemente abrumada por la situación que atravesaba. Las cosas que me daban consuelo, no parecían hacerlo.
Necesitaba algo más, necesitaba que el Salvador pudiera sanar esa herida.
Oré con fervor y, por primera vez, le pedí a Dios que me ayudara a creer en el poder sanador que se recibe mediante la Expiación de Jesucristo.
Al principio, no me percaté del poder sanador del Señor en mi vida hasta que después de un tiempo sentí como si mis pruebas fueran más fáciles de sobrellevar.
Al pensar en los meses anteriores, me di cuenta que había experimentado un milagro.
Pude ver claramente que no hubiera podido superar las adversidades que estaba pasando sin que el amoroso Salvador me extendiera Sus brazos de misericordia y me sanara.
Gracias a las escrituras, podemos ver los milagros que ocurrieron cuando Cristo estuvo en la Tierra.
Probablemente, los milagros más significativos ocurrieron mediante Sus actos de bondad y que no fueron escritos.
Tengo la certeza de que Él las efectuaba a diario, ya sea mediante una pequeña conversación con alguien que se cruzaba por Su camino o con una sonrisa que haya ofrecido a alguien marginado en la sociedad.
Estoy segura de que a menudo sanaba a las personas tanto de pequeñas como grandes maneras, así como sucedió conmigo.
Cristo puede sanar toda herida. Él puede sanar de maneras que casi pasé por alto y por poco no se las atribuí a Él.
Tal como nos enseñó la hermana Amy A. Wright, primera consejera de la Presidencia General de la Primaria:
“[T]odos tenemos algo en nuestra vida que está roto y que necesita ser reparado, arreglado o sanado. Cuando acudimos al Salvador, cuando alineamos nuestro corazón y nuestra mente con Él, cuando nos arrepentimos, Él viene a nosotros ‘con sanidad en sus alas’”.
Si no crees que Jesucristo puede sanarte, te invito a orar fervientemente para creer y se te abran los ojos para ver los pequeños milagros que ocurren a diario.
Él te ayudará a sanar tus heridas a Su manera perfecta, así como lo hizo conmigo.
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*Foto de portada: “My Savior, My Friend” de Yongsung Kim