Nuestros cuerpos son un don de Dios, cada parte de él es una maravilla y da testimonio de nuestra naturaleza divina.
El presidente Nelson, como cardiólogo, lo sabe muy bien y desea que sepamos el regalo tan hermoso que son nuestros cuerpos.
Veamos tres cosas que el profeta desea que sepamos sobre esta magnífica creación de Dios.
Las siguientes ideas fueron extraídas del discurso, “El cuerpo: Un don magnífico que debemos apreciar”.
Somos seres duales
Cada alma está compuesta de un cuerpo y un espíritu; ambos provienen de Dios.
Un entendimiento correcto del cuerpo y el espíritu dará forma a nuestros pensamientos y actos para hacer el bien.
Tu espíritu, alojado en tu cuerpo, puede desarrollar y manifestar esos atributos de maneras que son vitales para tu progreso eterno.
El cuerpo es un don magnífico
Cada órgano del cuerpo es un don maravilloso de Dios.
Cada ojo tiene un lente que se autoenfoca. Hay nervios y músculos que controlan ambos ojos para crear una imagen tridimensional. Los ojos están conectados al cerebro, que registra lo que se ve.
El corazón es una bomba increíble. Tiene cuatro válvulas delicadas que controlan la dirección del flujo sanguíneo. Estas válvulas se abren y se cierran más de 100 000 veces al día, 36 millones de veces al año. Aun así, a menos que les afecte una enfermedad, son capaces de soportar esa tensión casi indefinidamente.
Piensa en el sistema inmunológico del cuerpo. Para protegerte de sufrir daños, percibe el dolor. En respuesta a la infección, genera anticuerpos.
La piel brinda protección; detecta el daño que podrían ocasionarte el calor o el frío excesivos.
El cuerpo renueva sus propias células obsoletas. Cicatriza las laceraciones, los moretones y los huesos fracturados. Su capacidad para reproducirse es otro don sagrado de Dios.
El cuerpo regula constantemente los niveles de innumerables elementos, como la sal, el agua, el azúcar, las proteínas, el oxígeno y el dióxido de carbono. Los controles reguladores se gobiernan sin que seamos conscientes de esas asombrosas realidades.
Pero no olvides que no se requiere un cuerpo perfecto para alcanzar un destino divino; de hecho, algunos de los espíritus más dulces se alojan en cuerpos frágiles.
Con frecuencia, las personas que tienen dificultades físicas desarrollan una gran fortaleza espiritual, precisamente por el desafío que afrontan.
Cuando cantes “Soy un hijo de Dios”, piensa en el don del cuerpo físico que Él te ha dado. Los numerosos atributos admirables de tu cuerpo atestiguan tu propia “naturaleza divina”.
Cualquiera que estudia las funciones del cuerpo humano ciertamente ha “visto a Dios obrando en su majestad y poder”.
El espíritu debe estar al mando de tu cuerpo
A pesar de lo grandioso que es el cuerpo, su propósito principal es mucho mayor: servir de morada de nuestro espíritu eterno.
El espíritu recibió un cuerpo y llegó a ser un alma viviente para pasar por la vida terrenal, las pruebas y desafíos que esta conlleva.
Parte de esa prueba consiste en determinar si el espíritu puede llegar a dominar los apetitos del cuerpo en el que mora.
Cuando comprendamos nuestra naturaleza y nuestro propósito en la Tierra, y que nuestro cuerpo es un templo físico de Dios, nos daremos cuenta de que es un sacrilegio dejar que entre en él cualquier cosa que pueda profanarlo.
Es muy irreverente permitir que, sentidos como la vista, el oído o el tacto le suministren al cerebro recuerdos impuros o indignos.
Apreciaremos nuestra castidad y evitaremos las “codicias necias y dañinas, que [nos] hunden… en perdición y muerte”.
Huiremos “de estas cosas, y [seguiremos] la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre”, cualidades que edifican el alma.
Fuente: LaIglesiadeJesucristo.org y Mais Fe