Un amigo me invitó a almorzar y quería presentarme a otro amigo, un hombre que anteriormente había servido como presidente de misión.
Este hombre quería saber cuál era la mejor manera de apoyar a los élderes y hermanas de su misión que, durante o después de su servicio misional, le habían dicho que eran gays, lesbianas, bisexuales, transgénero, intersexuales, asexuales o queer.
Mientras hablábamos de sus misioneros, me preguntó sobre mi vida. En un momento, me hizo una pregunta que me sorprendió: “¿Crees que el Señor te ama tanto como a tu hermano?”.
También te puede interesar: “Escuchando la voz de los cielos: ¿Soy digno del amor de Dios?“
Con frecuencia, cuando las personas que acabo de conocer me preguntan algo sobre “mi hermano”, me aseguro de decir que tengo cuatro hermanos, ¿sobre cuál de todos sienten curiosidad?
Sé muy bien a qué hermano se refieren, el élder Christofferson, pero siento una gran lealtad hacia todos mis hermanos y no deseo que ninguno de los otros tres, los menos conocidos, se sientan menos queridos, incluso cuando no están presentes.
En aquella ocasión, no bromeé sobre a qué hermano se refería. Inmediatamente, pensé en mi experiencia personal con el amor de mis padres terrenales y mi familia, y en mis sentimientos respecto al cuidado y aprecio que Dios tiene por mí.
La pregunta me pareció fuera de lugar.
Tratando de poner mis ideas en orden, le respondí que estaba seguro de que Dios nos amaba a mi hermano ya mí por igual porque ama a todos Sus hijos sin condiciones.
Sin embargo, le dije que creía que nuestro Padre Celestial había amado la obediencia de mi hermano más que la mía, y sentí que mi hermano se había ganado Su confianza.
Al pensar ahora en aquella conversación, agregaría que siento que mi hermano y otras personas cuyas vidas reflejan su devoción a Él se han convertido en amigos constantes y fuertes de Cristo, de la manera en que leemos en Doctrina y Convenios.
Por revelación, el Señor proporciona Su propia perspectiva:
“Y de nuevo os digo, amigos míos, porque de ahora en adelante os llamaré amigos, conviene que os dé este mandamiento, que seáis como mis amigos en los días en que yo estaba con ellos, viajando para predicar el evangelio en mi poder”. -Doctrina y Convenios 84: 77
Todos, no solo aquellos en llamamientos de mayor responsabilidad en la Iglesia, nos convertimos en Sus amigos más confiables al esforzarnos, junto con Él, por servir y congregar a Sus hijos en ambos lados del velo.
Hace algún tiempo tuve una conversación con un presidente de estaca de las unidades de Jóvenes Adultos Solteros, mientras me preparaba para discursar en una charla fogonera de JAS. Él dijo:
“Lo más importante que puedes decirles es que deben descubrir por sí mismos que el Señor los ama”.
La perspectiva que este hombre había adquirido por medio de sus años de servicio a los jóvenes adultos era que cuando nos sentimos reconocidos y amados individualmente por el Señor, nuestra reacción natural es abrirnos a los demás, compartir ese amor con quienes nos rodean.
A medida que actuamos de esta manera, tanto en el primer como en el segundo gran mandamiento, nos convertimos en los consiervos de nuestro Salvador y Sus amigos.
Desde entonces, he tenido la oportunidad de impartir clases de instituto, clases de seminario y el grupo de estudio de adultos solteros mencionado anteriormente, y con cada interacción he llegado a comprender más profundamente la sabiduría del comentario de aquel líder, que no está dirigido solo a los jóvenes adultos.
Cada uno de nosotros necesita saber que el Señor nos conoce y que está al tanto de nosotros. Para algunos llegará un momento de angustia tan grande que una súplica a Dios, “¿Me conoces?” será la única pregunta posible. Tuve esa experiencia como parte de mi proceso con mi atracción hacia personas del mismo sexo.
La sensación de no pertenecer en ningún lado, de no encajar realmente en ningún grupo, era embargadora, y temía que ese fuera mi destino durante toda la vida.
En aquel momento, en la etapa inicial de tratar de comprender lo que significaba ser gay en mi vida, sentí que mi matrimonio fallido y una enorme infelicidad habían demostrado que no podía ser contado del todo como un Santo de los Últimos Días.
Pero mis valores y metas en la vida, junto con la sensación que tenía de que no era lo suficientemente atractivo físicamente, parecían significar que nunca encajaría del todo como un hombre gay.
Realizar esa oración de dos palabras, “¿me conoces?”, parecía el final del camino y, sin embargo, la sensación inmediata de calidez y fuerza que tuve me aseguraron que Él me conocía, que yo era una persona valiosa y que siempre estaría ahí para recordármelo.
En ese sentido, fue el comienzo de un nuevo camino.
Este artículo es una adaptación del libro “A Better Heart: The Impact of Christ’s Pure Love” y fue escrito originalmente por Tom Christofferson y fue publicado originalmente por ldsliving.com.