Algunas personas piensan que el Libro de Mormón es un relato de ficción. Pero me gustaría compartir por qué como escritora e historiadora creativa pienso lo contrario.
Comenzaré este artículo con una confesión: aunque soy una escritora profesional y he pasado la mayor parte de mi vida adulta preparándome y capacitándome para plasmar mis pensamientos en papel, he estado postergando la redacción de este texto hasta el último momento posible.
Y todo esto porque escribir no es tan fácil como parece.
Esta no es una opinión que causa controversia. A la mayoría de personas no le gusta la idea de escribir una carta de presentación o un trabajo de investigación. Sin embargo, algunos se sorprenden al saber que las personas que escriben para ganarse la vida todavía encuentran el proceso un tanto abrumador.
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A pesar de esto, les aseguro que la mayoría de mis amigos escritores encontrarían las siguientes palabras, escritas por José Smith en una carta a William W. Phelps en 1832, como una idea muy acertada.
“Oh Señor Dios, líbranos, a su debido tiempo, de la pequeña y estrecha prisión” escribió José, describiendo metafóricamente las limitaciones de la palabra escrita, “casi como si se tratara de la oscuridad del papel, la pluma, la tinta y un lenguaje disperso, roto e imperfecto”.
José Smith fue muchas cosas— un pensador ávido, un maestro dinámico y un poderoso líder religioso— pero nunca fue un escritor formado y tampoco tenía habilidad para ello.
Cuando se publicó el Libro de Mormón en 1830, José, a los 24 años, había recibido poca instrucción educativa.
Cuando el hijo de José le preguntó a Emma, si él habría podido escribir el Libro de Mormón por su propia cuenta. Ella no dudó en responder.
“José Smith… era incapaz de escribir o dictar una carta coherente y bien formulada, y mucho menos dictar un libro como el Libro de Mormón”
Emma compartió que, a pesar de ser una participante activa en la traducción de las planchas, el proceso de traducción del Libro de Mormón se dio gracias a un milagro.
“Me resulta tan maravilloso, ‘una maravilla y un prodigio’, como a cualquier otra persona”.
Mi testimonio personal del Evangelio, que se encuentra en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, es multifacético.
Experiencias que van desde testimonios espirituales personales hasta recordatorios de los beneficios prácticos de ser miembro de la Iglesia me han ayudado a permanecer fiel, como nos pidió el presidente M. Russell Ballard, incluso cuando tengo preguntas difíciles o pasos por desafíos de fe.
Pero un aspecto clave de mi testimonio es el Libro de Mormón mismo. No solo encuentro un significado profundo en el mensaje espiritual del libro, sino que, como Emma, encuentro el hecho mismo de su existencia como “una maravilla y un prodigio” que no puedo ignorar.
El manuscrito que José Smith entregó al editor Egbert B. Grandin para su impresión en el verano de 1829 cuenta una historia épica, que abarca mil años, del ascenso y caída de una gran civilización.
Cuenta con cientos de personajes con nombre y ubicaciones geográficas; un estilo narrativo complicado que incluye digresiones, visiones y múltiples narradores; y una exploración sofisticada de ideas religiosas. José dictó este manuscrito, que pronto se convirtió en un libro de 588 páginas en inglés, en tres meses.
Sería sorprendente que cualquier granjero de 24 años con poca educación creara el Libro de Mormón de la manera en que yo, y otros escritores, producimos nuestros manuscritos: investigando, tomando notas, reflexionando, creando un ritmo, creando una estructura de temas, escribiendo los primeros cinco capítulos antes de chocar contra una pared metafórica, reuniendo energía para luchar contra dicho bloqueo y empezar de nuevo y todo esto hasta que se publique un texto.
Para un libro de la extensión y complejidad del Libro de Mormón, este proceso a menudo lleva años.
José no solo tradujo el Libro de Mormón en tres meses, sino que también lo dictó. Volvamos a la descripción de Emma de la metodología de traducción de José:
“[José] me dictaba hora tras hora; y cuando retomábamos la labor tras las comidas o tras una interrupción, inmediatamente comenzaba donde lo había dejado, sin siquiera ver el manuscrito ni hacer que se le leyese parte alguna de este.
Así es como lo hacía usualmente. Habría sido improbable que un hombre instruido pudiera hacer eso; y para alguien con tan poco conocimiento y sin instrucción formal como era él, era básicamente imposible”.
El mismo José no dijo mucho sobre cómo tradujo el Libro de Mormón, aparte de que lo hizo “por el don y el poder de Dios”, pero varios testigos presenciales, incluidos escribas como Martin Harris y Oliver Cowdery, describieron el proceso de la misma manera que Emma.
Ellos dijeron que José dictó el texto tal como le fue entregado, con la ayuda de la piedra del vidente o los intérpretes nefitas que encontró enterrados con las planchas, más tarde conocidos como Urim y Tumim.
El manuscrito final no parece haber sido editado o revisado más allá de las correcciones ortográficas que los escribas de José hicieron durante su sesión de dictado.
Según todos los registros disponibles, el texto completo se entregó para su impresión tal como se había dictado: un flujo masivo de palabras que continuaba, página tras página, sin ningún tipo de puntuación.
Los signos de puntuación fueron agregados más adelante en una imprenta con el fin de hacer legible la lectura del libro.
Durante mi programa de maestría en escritura creativa, compartí el aula con muchas personas, tal como lo había hecho José en 1829, que tenían aspiraciones de escribir sus propias novelas épicas, algunas de las cuales se llevaban a cabo en lugares imaginados con un elenco complejo de personajes que abarcan varias generaciones.
En diferentes ocasiones, mis compañeros de clase y yo encontramos los primeros borradores de estas novelas complicados, confusos o que al menos necesitaban mucho trabajo. Estaba más interesada en escribir cuentos que novelas épicas, pero mis primeros borradores también tenían inconsistencias en la trama y otros innumerables problemas.
A pesar de esto, mis compañeros y yo no nos preocupábamos mucho por estos intentos iniciales y confusos. Los primeros borradores se denominan “borradores en bruto” por una razón. Poner nuestras palabras en papel es solo el primer paso de muchos en el proceso de redacción.
Como estudiante, escritora, editora y profesora, leí miles de intentos de ficción, pero el Libro de Mormón, el mejor “primer borrador”, no es víctima de los problemas que contienen muchos de estos manuscritos.
Sí, a veces la prosa del Libro de Mormón es un poco torpe, pero la estructura poco elegante de las oraciones es a menudo una de las últimas cosas que le preocupan a un escritor cuando intenta terminar una novela compleja.
Los mayores problemas en un primer borrador suelen ser estructurales: el punto de vista no es estable (¿está el narrador escribiendo la historia tal como está sucediendo en el momento o como 20 años en el futuro?); el escritor perdió la noción del tiempo y el lugar (¿no se suponía que el personaje principal estaba en Londres la Navidad pasada?); Se introducen puntos importantes de la trama que nunca se resuelven (¿qué pasó con el arma que Patricia escondió en su mesa de noche?).
Muchos escritores incluso tienen dificultades al utilizar el verbo en un tiempo constante debido a que la historia cambia de pasado al presente y así sucesivamente.
Luego tenemos el Libro de Mormón. Si, como sostuvo José Smith, es el registro de un pueblo antiguo que él tradujo por el don y el poder de Dios, su estilo, estructura y medios de producción tienen sentido, aunque sea un tipo de sentido que requiere que una persona crea en los milagros.
Pero si, como afirman algunos detractores de José, el libro fue escrito por José, la imaginación, la “novela” ficticia que dictó, línea tras línea, sin revisión, la falta de grandes problemas estructurales es tan sorprendente que su existencia sería casi un milagro.
Tomemos, por ejemplo, el libro de Mosíah. El libro comienza en el 124 a.C. con el reinado del rey Benjamín en Zarahemla, pero después de unos pocos capítulos se remonta al 200 a. C. para contar la historia de Zeniff, quien dejó Zarahemla para regresar a la tierra de Nefi. Una “historia dentro de una historia” como esta es lo suficientemente difícil para un escritor, pero la narrativa de Zeniff es solo una de varias dentro del libro de Mosíah.
Hay tantos personajes, lugares, conceptos y trama en la l´nea de tiempo que probablemente no soy la única que busca en Google “línea de tiempo del libro de Mosiah”. Sin embargo, de alguna manera, José mantuvo todos estos personajes, lugares y narrativas superpuestos.
Según el relato de Emma, José no tenía un libro o manuscrito del que podía leer para saber en donde se había quedado en la traducción ni mucho menos una hoja con toda la cronología de los hechos.
La capacidad de crear una voz narrativa distinta que se mantiene a lo largo de una obra extensa es una de las características de un escritor de ficción experimentado y talentoso. Si José era un escritor talentoso es un tema discutible, pero cabe resaltar que él ciertamente no tenía dicha experiencia.
Para mí, la razón por la que las voces narrativas de Nefi, Mormón y Moroni son tan consistentes es porque sus partes del libro en realidad fueron escritas por tres personas distintas. José Smith probablemente no usaría la palabra “escritor” para describirse a sí mismo, sin embargo no tuvo ningún problema en llamarse a sí mismo un “profeta”.
Las personas que participaron en la traducción del Libro de Mormón también estaban convencidos de que habían sido testigos de la obra de Dios por medio del hombre.
“Mi creencia es que el Libro de Mormón es de autenticidad divina; no tengo la más mínima duda al respecto”, dijo Emma.
A medida que me esfuerzo por terminar mis artículos, vuelvo a mis notas, comienzo a escribir y luego borrar, leo mis palabras en voz alta para saber lo que debo cambiar y lo que debo conservar. Todo esto refuerza mi creencia de que verdaderamente el Libro de Mormón es de autenticidad divina.
Fuente: ldsliving.com