“Tú Eres Mi Pueblo”: Mormón Gay Inactivo comparte poderosas ideas después de asistir a la Iglesia por primera vez en años

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Por Jhon Bonner,

El día de ayer fui a una reunión de la iglesia por primera vez en años.

Sentimiento de Familiaridad

Cuando entré por la doble puerta de vidrio hacia el vestíbulo, fui recibido por la pintura de Jesús y el Joven Rico de Heinrich Hofmann, el cual representa a Cristo con una túnica roja y una capa mientras le extiende sus brazos invitando a un joven diciéndole: “Ven y sígueme.” Aquella pintura está en un cuadro y todavía se encuentra colgada en la sala de mi casa.

Jesús y el joven rico

En el vestíbulo también se encontraba una mujer, de menos de 30 años, sentada en el sofá con dos pequeños en su regazo luchando por el mejor lugar. A través de las puertas cerradas, pude escuchar los débiles estribillos de la melodía en el piano del himno sacramental “El Padre Tanto Nos Amó.”

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Las palabras del tercer verso, mi favorito, inmediatamente comenzaron a venir a mi mente:

¡Qué gran amor mostró Jesús!

Le debo mucha gratitud.

En Su ofrenda me incluyó;

Tengo lugar en Su corazón.

Me tomó por sorpresa el darme cuenta que todavía tenía cada una de las palabras memorizadas.

Me quedé afuera en la puerta de la capilla hasta que el pianista dejó de tocar y pude escuchar vagamente los sonidos de la voz de un adolescente titubeante que ofrecía la oración sacramental sobre el pan en los altavoces. Decidí abrirme paso a través del laberinto familiar que era la capilla hasta llegar al salón cultural para asistir la reunión a la que había sido invitado. Me quedé afuera de las puertas de aquella reunión que ya estaba desarrollándose y dudé en abrirlas.

Es una sensación extraña saber el olor exacto de la alfombra en los pasillos, la sensación exacta de la barra de la fuente que presionas para liberar el agua fría que vas a tomar, la apariencia antigua e imponente de la madera, los separadores de las habitaciones de estilo acordeón y el sonido que hacen las sillas plegables de metal en el piso encerado del gimnasio bajo el peso cambiante de los cansados y hambrientos miembros del barrio que ahí se reúnen; todo vino a mi mente sin haber puesto siquiera un pie dentro de aquel particular centro de reuniones.

Conozco los sonidos, los colores, los olores, las sensaciones táctiles de esto; también conozco la mayoría de las capillas de la Iglesia porque fueron los primeros lugares públicos que encontré fuera de las paredes de mi propio hogar. Nací y fui criado como un mormón, y dondequiera que mi vida me haya llevado desde ese entonces, el conocimiento instintivo de ser miembro todavía corre por mis venas.

A pesar de esta profunda familiaridad, o causa de eso, dudaba en aceptar la invitación de mi amiga para asistir a esta reunión. Dejé de asistir a las reuniones de la Iglesia de manera regular hace 10 años, después de declarar que era homosexual, el mismo año que la Primera Presidencia escribió una carta para que se lea en las congregaciones de la Iglesia pidiendo a todos los miembros que dediquen su tiempo y recursos en apoyo de la Proposición 8 (un referéndum para eliminar el matrimonio entre personas del mismo sexo) y otros referéndum similares que definían que el matrimonio era solamente entre el hombre y la mujer.

Una Invitación

Imagina mi sorpresa cuando recibí un mensaje de mi amiga por Facebook diciendo que el obispo y su esposa del barrio de su mamá en Riverton, Utah, habían organizado una reunión por y para las necesidades de los Santos de los Últimos Días LGBTQ. Ellos habían invitado a todo el barrio, pero no estaban seguros de cuántos vendrían, no obstante querían que ella les dijera a todos sus amigos LGBTQ que eran bienvenidos allí.

Ella me dijo quiénes hablarían: Dos amigos míos gays (ambos todavía activos en la Iglesia), una querida amiga lesbiana que recientemente se separó de la Iglesia y ahora está casada con su increíble esposa, y los padres valientes y desconsolados de un hijo gay que el año pasado, a la edad de 17 años, se quitó la vida. Mi amiga me dijo que ella y su madre serían las últimas discursantes y que el obispo agregaría algunas palabras al final.

Me senté en silencio, atónito, mirando el mensaje en la pantalla brillante de mi iPhone. Pensé en todas las veces que había conducido por los alrededores del templo en las ciudades donde había vivido durante los primeros 30 años de mi vida: Rexburg, Provo, y ahora, Salt Lake.

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Recordé cuando me sentaba en el silencio de mi auto todas esas noches, sólo con las luces provenientes de los alrededores del templo rompiendo la oscuridad. Recordaba sollozar durante horas hasta que mis ojos estaban tan rojos e hinchados que no siempre me permitían regresar a casa. Pensé en lo que había significado sentirme perdido y solo durante tantos años, tanto dentro como fuera de la fe con la que crecí.

Me di cuenta que era a causa de ese dolor que tenía que estar en esa reunión.

Unos días más tarde, le devolví el mensaje y le dije que iría, ella me dijo que me guardaría un lugar.

Abrí las puertas de la salón cultural a una ráfaga de aire entró por mi cuerpo y vi a 282 almas (las conté) sentadas; eran hileras llenas de gente y personas de pie en cada rincón alfombrado de la habitación. Cuando traté de asimilar todo, vi amigo tras amigo que, tal como yo, no se habían sentido bienvenidos en una sala de reuniones de la Iglesia en muchos años; aún así estaban allí, sentados vistiendo su mejor traje de Domingo, escuchando atentamente a los discursantes y al final de cada uno pronunciando al unísono: “Amén.”

Podía ver casi todos los colores, formas, tamaños, razas, etnias, orientaciones e identidades que pudiera imaginar – vestidos con la ropa más vibrante y creativa – sentados  junto con los miembros del barrio, familiares y aliados ansiosos por hacer espacio entre las bancas improvisadas de sillas plegables para sus hermanos y hermanas LGBTQ. No creo haber visto algo más hermoso.

¿Qué pasaría si pudiera ser así siempre?, Pensé.

¿Qué pasaría si esto no fuera algo que sucede sólo una vez en la vida?

¿Qué pasaría si pudieras ver esto al entrar en cada sala de reuniones de la Iglesia alrededor del mundo en un Domingo cualquiera?

¿Quién puede sentirse llamado desde las profundidades de la desesperación a los brazos extendidos del discipulado de Cristo?, ¿quién entre los perdidos y los que se sienten solos (que es cada uno de nosotros en algún punto de nuestras vidas) puede encontrar un lugar, un amigo o un sentido de propósito?, ¿cuántos corazones destrozados pueden comenzar a sanarse?, ¿Cuántas frágiles vidas jóvenes podrían salvarse?

Lo único que sé – después de haber estado en esa habitación, con la compañía de santos y ángeles aquel día – es que tenemos que empezar a hacernos, y a los demás, aquellas preguntas.

Para cuando llegue un momento, como aquel Domingo por la tarde, y haya una respuesta clara a algunas de esas preguntas, y sintamos en la habitación como las suaves alas de la paz toman vuelo en nuestras almas, y tengamos que comenzar a acomodar las sillas a lo largo del piso de madera de nuestros salones culturales;  tal vez, sólo tal vez, eso pueda llevar a hacer más espacio en las sillas acolchadas de las primeras filas para todos los que asistan a nuestras capillas.

Entonces, ¿cómo llegaremos allí?

Invitándonos los unos a los otros a compartir nuestras historias para luego escuchar. Solamente escuchar.

El Pueblo de Sión

Nos reunimos e invitamos. Damos la bienvenida e incluimos. Bajamos el sonido de las críticas y subimos a todo volumen el verdadero significado del amor. Nos unimos el uno al otro y seguimos unidos el uno al otro, pase lo que pase, ya que todos somos parte del mismo cuerpo de Cristo. En palabras de Rut: “Porque adondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios.” (Rut 1:16). Sión está en los corazones de su gente y el cambio, en cualquier organización, comienza desde adentro. Entonces, me cuidas y yo te cuidaré.

Algo en que los mormones siempre han sido los mejores ha sido el construir y mantener su comunidad, estar alerta: No en contra de una amenaza exterior percibida, sino en torno a nuestros miembros más vulnerables. Tú eres mi pueblo, independientemente de las etiquetas y divisiones que otros traten de imponernos, seguiré llamándolos mis hermanos y hermanas: Mi familia.

Lo que sé es que tú tienes suficiente amor para mover cualquier tipo de montañas. La sangre pionera que movió a nuestra gente a través de las llanuras, a través del frío, el hambre, las enfermedades y el miedo a lo desconocido todavía corre por nuestras venas y nos hace quienes somos: Un pueblo que se enorgullece de decir que somos mormones.

Les hacemos saber que creemos en la inclusividad radical del amor. Les mostramos que podemos ser un grupo unido con lugares seguros; que los honramos y los aceptamos tal como son, que nuestra mesa es lo suficientemente grande como para que todos puedan sentarse a su alrededor. Esa es nuestra religión.

Lo que hace que mi corazón se llene de emoción es, aún después de todos estos años, poder llamarlo a todos: Mi pueblo.

Este artículo fue escrito originalmente por John Bonner y fue publicado por ldsliving.com, con el título: ““You Are My People”: Inactive Gay Mormon Shares Powerful Insights After Attending Church for the First Time in Years

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