Cómo el Nuevo Testamento prueba que la resurrección de Cristo fue real
La descripción de Juan de la primera mañana de Pascua proporciona una mayor comprensión de la experiencia de María Magdalena.
El nombre de María Magdalena se menciona en todos los relatos de los Evangelios, ya que estuvo en la tumba de Jesucristo esa mañana.
María Magdalena llegó temprano “el primer día de la semana… siendo aún oscuro; y vio quitada la piedra del sepulcro”.
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Fue corriendo a buscar a Pedro y Juan para contarles la devastadora noticia: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto” (Juan 20: 1–2).
Nota la suposición de María Magdalena: la única explicación para que Cristo no estuviera en la tumba fue que alguien se lo había llevado. No la culpo. Sin el conocimiento de la Resurrección, también habría pensado eso.
Ambos discípulos corrieron hacia la tumba; todo lo que vieron fueron “los lienzos” y el “el sudario que había estado sobre su cabeza, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte” (Juan 20: 6–7).
Pedro y Juan regresaron a casa, pero María se quedó llorando junto al sepulcro vacío.
Al volver a mirar el sepulcro, vio “vio a dos ángeles con ropas blancas que estaban sentados, el uno a la cabecera y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto”.
Cuando le preguntaron por qué lloraba, ella respondió: “Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto” (Juan 20: 12-13).
Los ángeles no respondieron. María Magdalena se dio la vuelta y vio a un hombre y supuso que era el jardinero. Él le dijo: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?” (Juan 20:15).
Como señala la erudita del Nuevo Testamento, Gail R. O’Day:
“Estas preguntas son las primeras palabras que pronunció Jesús resucitado.
Su pregunta, ‘¿A quién buscas?’ refleja las primeras palabras que pronunció en su ministerio.
Cuando los seguidores de Juan el Bautista se acercaron a Jesús, él les preguntó: ‘¿Qué están buscando?’ (Juan 1:38).
Esta pregunta es una invitación que presenta una de las características del discipulado… buscar a Jesús”.
¿A quién buscamos?
María le suplicó al hombre que le dijera dónde habían puesto el cuerpo de Cristo.
Luego, él pronunció una palabra que lo cambió todo: “¡María!” (Juan 20:16).
Ella se dio cuenta de que estaba hablando con su Salvador.
Detente un momento y pregúntate: ¿Cómo se habría sentido esta experiencia para María? ¿Para Jesús? El amor y la devoción entre el Salvador y el discípulo hicieron que esta reunión fuera verdaderamente gozosa.
En esta interacción vemos el cumplimiento de las palabras de Cristo: Él es el buen pastor que “a sus ovejas llama por nombre”. ¿Y María? Ella es una de las ovejas que “conoce su voz” (Juan 10: 3-4).
Es posible que María haya tratado de abrazar al Salvador, que le dijo:
“No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; pero ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (TJS, Juan 20:17).
Aunque las palabras del Salvador a María pueden parecer duras, O’Day enfatiza una posible interpretación que resuena conmigo:
“El mandamiento de Jesús, ‘No me toques’, es la primera enseñanza posterior a su resurrección.
Cuando dice estas palabras, Jesús le enseña a María que Él no puede ser sostenido ni controlado ni será controlado.
No se puede exigir a Jesús normas y expectativas preconcebidas de quién debería ser, porque hacer eso es interferir con la obra de Jesús y, por lo tanto, limitar lo que Jesús tiene para ofrecer.
La prohibición de Jesús a María guarda las buenas nuevas de la Pascua: No me toques, déjame ser libre para darte la plenitud de lo que tengo que ofrecer”.
Me encanta la idea de que “no podemos imponer a Jesús normas y expectativas preconcebidas”.
Con frecuencia, nuestras expectativas no serán satisfechas.
Es posible que tengamos la esperanza de sanarnos, pero seguiremos enfermos. Podríamos esperar tener un cónyuge leal y vivir solos. Podríamos suponer que nuestros hijos recibirán las ordenanzas del templo, pero ellos podrían elegir no hacerlo.
Todos tendremos momentos en los que queremos aferrarnos a lo que creemos que Cristo debería hacer por nosotros. Sin embargo, Él tiene un plan diferente.
Podemos dejar de lado nuestras expectativas preconcebidas y, en cambio, confiar en Él.
Debido a que el Salvador invitó a María Magdalena a contarles a los apóstoles de su resurrección, a veces se le llama apóstol de los apóstoles.
Quizás no reflexionamos con suficiente frecuencia sobre el hecho de que Jesús no se apareció primero a Pedro o Juan, sino a María.
Al principio de su vida, fue poseída por siete demonios (véase Lucas 8: 2).
No podemos saber con certeza qué significa eso, pero eso no fue bueno.
María pasó de un estado extremadamente bajo a convertirse en la primera testigo del Señor resucitado.
Una lección que aprendemos de la vida de María es que incluso aquellos de nosotros que tenemos desafíos hoy, podemos tener pronto experiencias espirituales trascendentales.
Aunque hay pequeñas diferencias entre los cuatro relatos del Evangelio, los mensajes centrales son los mismos: La tumba estaba vacía, las mujeres fueron las primeras testigos de la resurrección y las buenas nuevas del Salvador deben compartirse.
Las similitudes, así como las diferencias en estos relatos, son en algunos aspectos una prueba de que los autores de los evangelios no estaban creando un evento ficticio.
Además, si los autores del Evangelio hubieran inventado la historia de la Resurrección, probablemente no hubieran convertido a sus principales testigos en mujeres.
En ese momento, el testimonio de una mujer no se consideraba tan válido como el de un hombre en un tribunal de justicia.
Incluso los apóstoles pensaron que las palabras de las mujeres eran “locura” y “no las creyeron” (Lucas 24:11).
¿Por qué agregaría Lucas este detalle, retratando a los apóstoles en una luz negativa, si estuviera inventando la historia? Sin embargo, Lucas y los otros autores del Evangelio no estaban inventando ninguna historia.
Jesucristo había resucitado de entre los muertos y los que sabían de su resurrección fueron comisionados para compartirla con otros.
Esta es una traducción del artículo que fue publicado originalmente en LDS Living con el título “How the New Testament Gospel accounts of Christ’s Resurrection prove it wasn’t a fictitious event“.