Una entrevista con el Padre Celestial en la vida preterrenal
Si yo fuera Satanás y quisiera destruir la obra de Dios en la tierra, atacaría algunas de las doctrinas clave del Evangelio.
Primero, trataría de esconder el bondadoso corazón de Dios de Sus hijos. Si las personas creen que Dios es un Padre duro que nunca se complace con ellos, se desanimarán y lo rechazarán.
No tendrán el gozo ni la determinación de acudir hacia Él y recibir Su amor, bondad y bendiciones.
Y, si yo fuera Satanás, atacaría otra doctrina de la manera sutil.
Intentaría convencer a los cristianos que Dios creó a todos Sus hijos de la nada en el preciso momento en que vinieron a la tierra y todo esto para que comprendan que sus abundantes fallas provienen de un Dios que los creó de esa manera y sin un propósito.
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La vida antes de la Tierra
La creencia de que no existimos antes de nacer en la Tierra es profundamente limitante. Sin embargo, “el cristianismo ha consignado durante mucho tiempo la doctrina del alma premortal al reino de la herejía” (Givens, 2010, pág 4).
Compara este punto de vista con el entendimiento de la Restauración de que somos coeternos con Dios. Hemos vivido tanto como Él vivió, aunque todavía nos falta desarrollarnos para llegar a ser como Él.
Hay algo que es único, eterno e inherentemente tú, como hijo o hija de Dios. Nuestro amado Padre “estando libre de celos, quería que todo llegara a ser lo más parecido a Él” (Platón citado por Givens, 2010, páh 322) y eso nos incluye a nosotros.
Y hay más.
No solo somos Sus compañeros eternos, somos Sus hijos. ¡No somos meras creaciones, somos Su descendencia amada! Si bien no entendemos el proceso que nos transformó en espíritus, sabemos que le pertenecemos al Padre y Madre Celestiales de manera personal y eterna.
Sin embargo, incluso nosotros, los Santos de los Últimos Días, que creemos en esta conexión personal y en la vida preterrenal podemos alejarnos de Su poder personal cuando olvidamos por un momento de dónde venimos y cuál es nuestro destino eterno.
Una relación celestial
En mi mente, me imagino cuando el Padre nos llamó a ti y a mí, a cada uno de nosotros individualmente, a una Entrevista con Él. Nos miró con amor y compartió su aprecio por nosotros.
Entonces nos dijo: “¡Haz aprendido y crecido mucho! Estás listo para ir a la tierra”.
Pienso que nos preguntó en dónde queríamos pasar la Eternidad después de nuestra experiencia en la tierra y que enfáticamente dijimos que queríamos vivir con Él y hacer lo necesario para lograrlo.
Me imagino Sus ojos, llenos de lágrimas, mientras nos dijo: “Es ahí donde quiero estés. Te quiero de vuelta conmigo, al igual que con todos mis seres más queridos”.
Nos abrazó a cada uno de nosotros y llenó nuestros espíritus con Su bondad. Nos apoyamos en Su amor y nos sentimos más en casa que nunca.
Él nos habló de la adversidad, la oposición, los desafíos y los momentos de aprendizaje. Pienso que nos preguntó:
“¿Podrás sobrellevar todo eso para poder regresar a Casa conmigo? No podrás lograrlo por tu cuenta, pero, si estás dispuesto a ir, te proporcionaré a mi Amadísimo Hijo y al Espíritu Santo, Ellos te guiarán, consolarán y te ayudarán a empezar de nuevo”.
En ese momento, nuestros ojos deben haber estado muy abiertos por el asombro, y de seguro las lágrimas corrieron por nuestras mejillas. Supongo que le preguntamos: “¿Harás todo eso por mí?”
Con una mirada llena de amor incondicional y esperanza, probablemente respondió: “Claro que sí, será un placer”.
Destinados a la grandeza
Las escrituras nos dicen que cantamos de la emoción.
“Alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios”. –Job 38: 7
¡Nunca en toda la eternidad ha habido tan buenas noticias! Allí mismo nos comprometimos a emprender el peligroso viaje. Firmamos el contrato. Hicimos un convenio.
Sin embargo, en algún lugar entre nuestro primer hogar y la tierra pasamos por un velo que borró aquel momento sagrado previo a este viaje.
Comenzamos este viaje aturdidos, olvidadizos y vulnerables. Como bebés recién nacidos, lloramos y agitamos nuestras manitas. Este lugar frío y ventoso claramente no era nuestro primer hogar.
La mala noticia es que las cosas empeorarán antes de mejorar. Nuestros senderos terrenales están llenos de espinas y cardos (Moisés 4). Con el tiempo que pasamos en este mundo, continuamos siendo vulnerables a los ataques del enemigo.
Podemos caer en la desesperación, en el desanimo y el temor, a menos que lleguemos a conocer a Dios, a Su Hijo y Su evangelio. Ellos nos ayudarán a hacer las promesas que nos ayudarán a regresar a nuestro Hogar Celestial.
Cuando conocemos el corazón de Dios y vislumbramos nuestra gloriosa historia con Él, vivimos nuestras vidas con tranquilidad y confianza. Sabemos que Él nos guiará con seguridad a casa habiendo sido refinados e instruidos para vivir con Él y con todos los que lo aman.
Sabemos esto porque Él es nuestro Padre amoroso y fiel. Él ha hecho un convenio con nosotros y tiene todo el poder en el cielo y en la tierra.
Para los Santos de los Últimos Días, la doctrina de nuestra historia preterrenal es obvia. Para la mayoría de los cristianos, es anatema.
Sin embargo, cuando eliminamos esta preciosa doctrina de nuestras vidas, cada uno de nosotros siente puede llegar a sentir que existimos sin un propósito, solo porque sí, sin un destino final específico porque nunca tuvimos un origen significativo.
¡Felizmente tenemos la restauración! ¡Qué visión tan gloriosa y alentadora!
No es de extrañar que se nos anime a tener buen ánimo a pesar de nuestros desafíos. Emprendemos nuestro viaje terrenal con confianza sabiendo que Él, Su amado Hijo y el Espíritu Santo nos están guiando a cada paso, para vivir un día con Ellos y nuestros amados hermanos y hermanas.
Fuente: Meridian Magazine