Todos podemos sentir el mismo espíritu al leer los relatos de la Primera Visión de José, todos podemos escucharlo decir en nuestras mentes: “Vi al Señor”
Con la luz [vino] una gran sensación de esperanza y paz reconfortante [seguido de los intensos y oscuros sentimientos de desesperanza].
Sin embargo, la luz era tan fuerte y crecía tanto que a José le pareció que cuando la luz tocase los árboles de donde él se encontraba, de seguro dichos árboles estallarían en llamas.
La luz era tan brillante, tan poderosa; que le pareció impensable que los árboles no empezaran a arder en llamas. ¿Cómo podría sobrevivir a un fuego tan intenso? Había una parte de José que temía, al haber sido librado de la oscuridad, ser consumido por la luz (Relato de Orson Pratt, 1840.
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Cuando leemos los relatos de personas que han tenido visiones celestiales, siempre parecen tener dificultades al encontrar las palabras que describen su experiencia. También vemos que sus experiencias con seres y poderes mucho más altos que nuestro propio plano de existencia a menudo les causaron temor.
La gloria de Dios y Sus mensajeros es impresionante en el verdadero significado de la palabra. Son extraordinarios, lo que significa que son tan asombrosos que se vuelven aterradores y, por lo tanto, pueden evocar miedo o parecer temibles.
Una y otra vez en las Escrituras encontramos que aquellos que ven a Dios están sobrecogidos, y vemos que los seres celestiales generalmente tienen que comenzar su discurso diciéndoles primero que no tienen porque temer. Contemplar tal presencia parece inspirar naturalmente cierto tipo de miedo.
José Smith sintió cierto grado de temor al ver la brillante y poderosa luz del cielo acercarse cada vez más a él. Sin embargo, esta preocupación no duró mucho.
Se sorprendió, como Moisés, cuando vio que la luz brillaba desde arriba, para luego descansar sobre los árboles, de manera tan brillante que parecía que estaban en llamas, pero que no se quemaban (Relato de José Smith sobre la Primera Visión, 1835) .
Había luz, pero no llamas. Cuando vio que los árboles no se quemaron cuando fueron tocados por la luz, José recobró el ánimo, porque le pareció que él también podría sobrevivir (Relato de Orson Pratt, 1840).
Finalmente, la luz se posó sobre el mismo José. Cuando la luz lo tocó, no trajo consigo un calor abrasador, sino una sensación de poder incomparable.
Inmediatamente se llenó de una sensación de paz y gozo que nunca antes había conocido, incluso “alegría indescriptible” (Relato de la Primera Visión de 1835).
Este era un sentimiento que no podía experimentar por sí mismo. Se vio completamente envuelto en una sensación que solo podía describir como el “espíritu de Dios” (Relato de la Primera Visión de 1832).
Es probable que al menos algo de lo que José estaba experimentando fuera el poder santificador de Dios, produciendo lo que llamamos la transfiguración, ya que todos los que se encuentran en la presencia de Dios necesitan ser transfigurados.
En su estado caído, José habría tenido buenas razones para temer; no habría sobrevivido a un encuentro con Dios. José estaba a punto de llegar a la presencia de Dios el Padre mismo, un Ser cuya pureza y gloria estaban más allá de la capacidad de resistencia de José.
Sin embargo, en Dios todas las cosas son posibles, y la naturaleza de José cambió temporalmente a un estado superior. Eso fue lo que le sucedió a Moisés cuando se encontró en la presencia de Dios (véase Moisés 1: 2).
Parecería, entonces, que al menos parte de la sensación que experimentó el joven profeta cuando la luz reposó sobre él fue la sensación de ser transfigurado. Convertirse en un ser de un reino superior, aunque solo de manera temporal, debe haberlo transformado en ese momento en un ser que sintió mayor amor, gozo y paz (Relato de la Primera Visión de 1838).
José solo estaba vislumbrando lo que se sentía ser como Cristo. Se había convertido, por un momento, en un ser compatible con la presencia de un Ser celestial (Relato de Orson Pratt, 1840).
Hubo otro efecto que vino sobre José cuando la luz reposó sobre él. No tenía duda de que lo que estaba sucediendo estaba ocurriendo en este mundo.
José vio la luz descansar sobre los árboles cerca de él, iluminando su entorno, por lo que el evento tuvo que haber tenido lugar en el mundo real, en una ubicación geográfica real en donde se encontraba el joven.
Sin embargo, él informó que cuando la luz reposó sobre él, se encontró “envuelto en una visión celestial”, y que ya no veía el mundo a su alrededor (Relato de la Primera Visión de 1938).
A medida que las cosas de este mundo desaparecían de la mente de José, lo que vio fue tan glorioso que nunca pudo describirlo. Al mirar la columna de luz, vio a un Ser descender hasta que estuvo justo encima de él, sin tocar el suelo.
Este fue Dios el Padre, a quien muy, muy pocos han visto desde la Caída (Relato de la Primera Visión de 1835). Como lo relató un converso, José lo describió como usando una túnica blanca que cubría Su hombro pero dejaba Su brazo derecho desnudo (Relato de Alexander Neibaur, 1844).
No podemos imaginar lo que era estar en presencia de un Ser divino tan lleno de poder y esplendor. Pero aquellos que escucharon a José testificar de esta experiencia dijeron que sintieron más poder al escucharlo hablar de eso que en cualquier otro momento de sus vidas.
Lo mismo puede darse en nosotros. Todos podemos sentir el mismo espíritu al leer los relatos de la Primera Visión de José, todos podemos escucharlo decir en nuestras mentes: “Vi al Señor” (Relato de la Primera Visión de 1832).
Este artículo es una adaptación del libro “I saw the Lord” y fue escrito originalmente por Kerry Muhlestein y fue publicado originalmente por ldsliving.com bajo el título “9 Accounts Give Insights to What It Might Have Been Like for Joseph to First See Heavenly Light”