Sufrir de manera voluntaria
Deseo querer sufrir más.
Deseo querer los dolorosos calambres, los fuertes dolores de cabeza y el desgarrador cansancio. Deseo querer la frustración insoportable, las súplicas desesperadas en busca de ayuda y la ansiedad de la incertidumbre.
Lo deseo querer tanto. Pero, con toda sinceridad, no.
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Porque cuando empiezo a recordar todas las veces en que atravesé el valle de la tristeza, me duele el corazón y me estremezco. Recuerdo mi angustia con tal intensidad, que parece como si un día no hubiera pasado.
Casi puedo escuchar mi voz temblar en oración, rogando al Señor que me quitara el dolor, que cambiara la situación y que me diera algún tipo de esperanza.
A menudo, parecía como si el dolor nunca disminuiría. Y, sin embargo, lo hizo.
Recordar el “después”
En este viaje del recuerdo, no puedo evitar comparar el antes y el después. Y, me di cuenta de algo.
Veo que después de las primeras horas de la mañana, entrenamientos agotadores, tuve la alegría de comenzar en un equipo de fútbol conformado por adolescentes tres años mayores que yo. Recuerdo la prisa que provino de meter un gol para ganar.
Noto que después de escudriñar desesperadamente las escrituras en busca de revelación para un investigador que pasaba pruebas, hubo un momento en que el cielo se acercaría. Luego, en su sala pequeña y calurosa, las lágrimas llenaron sus ojos mientras el Espíritu confirmaba la verdad.
Me doy cuenta de que después de muchas noches de desesperación en mi habitación, recibí un gesto inesperado y amable de un extraño que quería decir, no te han olvidado. Luego, la risa llenó mi habitación cuando encontré nuevos amigos que se unieron a mí bajo el piso donde una vez había pedido a gritos consuelo.
Ves, creo que solo después de los momentos de terrible dolor, poco a poco, aparece una luz que se abre paso. La oscuridad de la tristeza y el dolor es reemplazada por la luz de la felicidad y la paz.
Pero, no existe una sin la otra. No hay felicidad sin dolor y no hay dolor sin alivio.
Por eso, en los momentos en que mi corazón anhela regocijarse, comienzo a pensar, deseo sufrir. ¿Cómo puedo llegar a la felicidad sin primero pasar por la tristeza?
Y, aun así, entendiendo esto, me quiebro y pregunto, ¿por qué no lo deseo en realidad?
Donde reside la felicidad
¿Por qué es que todavía, después de todos estos años de experiencia, dudo en atravesar el valle de la tristeza?
Quizá, es porque me rehúso a sentir nuevamente algo tan profundo. O, tal vez, tengo miedo de que esta vez sea peor.
Probablemente, me pregunte cuánto durará el sufrimiento. O, quizá, me pregunte si esta vez, seré capaz de durar.
Pero, quizá mi vacilación sea por lo mejor. Mi vacilación podría guiarme a estudiar más seriamente mis escrituras en el momento en que las cosas parecen ser difíciles, en lugar de meses después. Esto podría recordarme orar con verdadera intención. Ahora, en gratitud, en vez de rogar por ayuda.
Mis memorias tristes solo podrían ser la razón para aprender de mi sufrimiento.
Anne Morrow Lindbergh una vez dijo, “no creo que el puro sufrimiento enseñe. Si solo el sufrimiento enseñara, todo el mundo sería sabio, ya que todos sufren. Para sufrir se debe sumar duelo, entendimiento, paciencia, amor, sinceridad y la voluntad de permanecer vulnerable.”
Quizá la felicidad llega al no saber dónde se encuentra el valle de la tristeza y regresar pero con el entendimiento de qué podría pasar en el valle y aun así estar dispuesto a aceptar lo que venga.
Supongo que Alma entendió este viaje cuando escribió lo siguiente:
“Sí, aunque no sea más que un deseo de creer, dejad que este deseo obre en vosotros, sí, hasta creer.” (Alma 32:27).
El deseo de algo mejor
No necesariamente deseo sufrir. Pero, quiero sufrir. Deseo querer sufrir. Ya que al sufrir, aguarda algo mejor.
El Salvador, el mayor de todo, es nuestro ejemplo y maestro. A pesar de haber pasado por la burla, el ridículo y el desprecio durante toda su vida, Él entró al Jardín del Getsemaní a altas horas de la noche y dijo: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte” (Mateo 26: 38).
Él sintió la agonía de toda la raza humana. Algo que ningún hombre podría sentir solo, sin ser vencido y morir. Él cayó al suelo, donde derramó gotas de sangre por cada uno de sus poros. Él tembló a causa del dolor.
Y, a la mitad de esto, Él preguntó, “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.” (Lucas 22:42).
Él no deseaba sufrir. Su deseo no estaba en el dolor, sino que su deseo estaba en amar a Dios y a nosotros. Él comprendió que para amar a su Padre, Él debía amarnos suficiente para salvarnos. Y, al saber que salvarnos podría requerir del mayor sufrimiento de todos, Él bebió la amarga copa.
Después de una hora de sufrimiento, Jesús regresó a ver a los apóstoles. En este momento, tuvo la oportunidad de escarpar, rendirse y decir “estoy cansado, no puedo más.”
Sin embargo, no lo hizo. Él regresó. No solo una vez, sino dos.
Su decisión de regresar a la prensa de aceite, en medio de la aflicción más profunda, sería el mayor acto de amor que la humanidad haya conocido.
Su deseo de querer sufrir traería “nuevas de gran gozo, que serían para todo el pueblo” (Lucas 2:10).
Porque Él decidió aceptar el sufrimiento que yace ante Él, podemos regocijarnos.
Donde conduce el camino del sufrimiento
Quizá esté bien no desear sufrir.
Por el contrario, si entiendo que la voluntad de sufrir como sea necesario me lleve a la felicidad. Entonces, puedo decidir desear querer sufrir.
Por eso, puedo encontrar esperanza en mi sufrimiento para que el Señor siempre cumpla Sus promesas.
“…y sobre todo, si las puertas mismas del infierno se abren de par en par para tragarte, entiende, hijo mío, que todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien. El Hijo del Hombre ha descendido debajo de todo ello. ¿Eres tú mayor que él?”
“También vosotros ahora ciertamente tenéis tristeza; pero os veré otra vez, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo.” (Doctrina y Convenios 122: 7-8; Juan 16:22)
Esta vida es un tiempo de dolor y felicidad, pero ahora puedo encontrar paz y esperanza en mi Salvador. Mi felicidad no tiene que esperar hasta el final de mi vida sino que puedo encontrarla ahora. Él me ayuda a aceptar la oscuridad y esperar la luz que de seguro llegará.
¿Cómo has llegado a aceptar y desear querer sufrir?
Articulo originalmente escrito por Kayla Tanuvasa y publicado en mormonhub.com con el título “To Suffer Willingly.”