Un día en la vida de una obrera del Templo
“El templo es un crisol: Mujeres fieles de todas las edades y etnias vienen a servir en la Casa del Señor. Esta Casa, este Evangelio, nos conecta. No hay otra unión parecida.”
05:30 am.
Al principio, mi cuerpo está desorientado, pero antes de permitirme quedarme dormida una vez más, mi cerebro me da un codazo mental para despertarme.
Es jueves y hoy es mi día en el Templo.
Salgo de la cama, me dejo caer de rodillas al suelo para hacer mi oración, luego, aún somnolienta, me pongo un vestido, leggings (hechas de lana para abrigarme) y botas negras. Con todo eso, ya estoy planificando mi siesta del día.
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5:55 am.
Debería haber salido hace cinco minutos.
Cerrando mi abrigo, me aventuro en la oscuridad invernal de Provo, Utah. La luz del cruce de peatones me llama mientras me acerco al final de la cuadra, pero falta algo.
Vuelvo corriendo a mi apartamento y tomo mi pesado maletín negro que sirve como mi equipaje oficial para el templo. No puedo olvidar mi ropa del templo (aunque técnicamente podría pedir lo que necesitaba en el templo por menos de dos dólares, pero ya saben, tengo presupuesto universitario, así opción denegada).
Comienzo mi viaje de nuevo esta vez caminando a toda velocidad.
Cada semana durante muchos años, John Rowe Moyle caminaba 35 kilómetros desde Alpine hasta la ciudad de Salt Lake para trabajar como cantero en el Templo de Salt Lake, para luego regresar a su granja todos los fines de semana. Él inscribió “Santidad al Señor” en el lado este del templo. Moyle tuvo un accidente, fue pateado por una de sus vacas, por lo que después necesitó la amputación de su pierna. Luego, él mismo se talló una pata de palo y volvió a trabajar en el templo.
Yo hago mi viaje semanal al Templo del centro de la ciudad Provo, lo cual es la gran distancia de menos de 2 kilómetros (1.6 km). Por lo general, me traen de regreso y vuelvo a casa, a mi sofá, donde duermo hasta mi primera clase del día.
Al llegar, bajo por las escaleras hasta el nivel inferior del templo.
Silencio.
Abro una puerta pesada y camino por la sala de espera, mis talones chocan contra el suelo.
Todavía toda está relativamente silencioso.
Luego me acerco a la agradable barra de juicio, también conocida como la mesa de recomendación, donde un caballero de traje blanco entre los 70 y 95 años me saluda con una sonrisa que no concuerda con la hora del día, “Bienvenida al templo”, me dice.
6:12 am.
Le entrego mi porta recomendación con el Templo Laie (el templo en el que me casaría a escondidas al estilo mormón). Los aeropuertos deberían ser más como los templos: Muestras tu identificación, pero puedes quedarte con tus zapatos y tu abrigo.
Camino pasando la mesa hacia el pasillo. La mayoría de las personas caminan directamente por el pasillo y luego doblan a la izquierda por el sofá redondo. El diseño no me intimida, conozco este templo. Sigo avanzando y doblo a la izquierda, luego a la derecha, sigo por el pasillo hasta llegar al vestidor de mujeres. ¿Hay una forma más rápida? No estoy segura.
Algunas mañanas uso un lápiz labial color púrpura para crear la apariencia de que estoy lo suficientemente despierta como para preocuparme por cómo me veo. Cuando me cambio a la ropa del templo, pruebo nuevas técnicas para evitar manchar del labial el cuello blanco – nop, sucedió de nuevo. Tal vez debería pintarme después de ponerme la ropa del templo, aunque sea muy temprano como para recordarlo.
6:25 am.
Salgo de nuestra breve reunión de capacitación, donde recojo mi horario para la mañana. Rotamos posiciones cada 30 minutos. 6:30: BIenvenida 2. Mi favorito. Es una silla entre los dos vestidores y es la silla desde la cual dirijo a los miembros desorientados a sus respectivos destinos.
Los sábados son un zoológico, pero los jueves generalmente no tienen mucha concurrencia, especialmente tan temprano; así que, en vez de manejar el tráfico de personas, admiro la pintura en la pared frente a mí.
Cuando comencé a trabajar en el templo, me asignaron por compañera a una obrera más experimentada. Ella era una profesora de arte, y podría decir que ella también trataba su trabajo en el templo como un arte. Ella me enseñó esta pintura. Hay un bosque a la distancia, con un gran rayo de luz vertiéndose sobre él. “La segunda venida, ¿cierto?”, le susurré. En realidad no, era la Primera Visión, cuando Dios y Jesucristo se aparecieron a José Smith. Una arboleda, un pilar de luz, bueno tiene sentido.
El templo está lleno de hermosas obras de arte. Los obreros del templo deben evitar leer las Escrituras para que siempre puedan estar listos para ayudar a los miembros, pero el examinar las pinturas siempre es una opción cuando las salas están vacías. Mi pintura favorita es la de Cristo y María en la Tumba de Joseph Brickey, que se exhibe en el lugar donde las mujeres devuelven la ropa prestada del templo.
7:04 am.
Y… he estado mirando la pintura demasiado tiempo. Así que, con reverencia camino rápidamente a Iniciatoria. La Iniciatoria es una ordenanza preliminar que se recibe y que incluye, tal como lo describe la Iglesia, “bendiciones especiales con respecto a su legado y potencial divinos.” La mejor parte para mí, es que tengo la oportunidad sagrada de administrar esas bendiciones a mis hermanas mediante el poder del sacerdocio.
En las primeras semanas de ser un obrero en el templo, se te asigna un tiempo para practicar recitando las palabras antes de realizar las ordenanzas. Todas las ordenanzas tienen una redacción específica, y hasta este punto, he memorizado la mayoría de las palabras, pero cada minuto, más o menos, le doy una mirada a la hoja que cuelga en la pared, sólo para estar segura.
Conocer las ordenanzas es probablemente la mejor parte de ser una obrera. Cuando era visitante, no podía realizar todo eso. Ahora, sé cada palabra y aunque pueda que no siempre viva cerca de un templo, sé que las palabras de las ordenanzas estarán cerca de mi corazón.
8:42 am.
Como obrera en el Salón Celestial, tengo un trabajo: Abrirle puerta a los hermanos cuando se van. He oído decir que todas las partes del Templo son sagradas, pero hay algo especial en esta habitación. Tal vez sea porque en esta sala puedo presenciar a las familias humanas como el centro del evangelio de Jesucristo y el propósito de Su expiación.
Miro a una pareja de esposos sentados en silencio tomados de la mano; otros son amigos sentados en el sofá, sonriendo y susurrando. Otros son hermanos que se encuentran solos leyendo las escrituras, comunicándose con el Salvador.
Dicen que el templo está lleno de simbolismos y a menudo me pregunto qué es lo que esconde el simbolismo sobre la arquitectura y el diseño. Escaneo la forma de corona, el candelabro, las ventanas.
¿Por qué estas flores?, ¿Por qué esos colores?
Ojalá pudiera quedarme aquí el resto de mi turno.
9:36 am.
La mañana ya está un poco avanzada, es un tiempo un poco más razonable para venir al templo. Mi última rotación es en el vestidor de mujeres, en donde dirijo a las hermanas entrantes a los casilleros vacíos para que luego se cambien a su atuendo blanco. El Salón Celestial es donde puedo presenciar la familia, aquí es donde puedo presenciar la hermandad.
Las mujeres entran de dos, de tres, incluso hasta de cinco a la vez. El templo es un crisol: Mujeres fieles de todas las edades y etnias vienen a servir en la Casa del Señor. Esta Casa, este Evangelio, nos conecta. No hay otra unión parecida.
10:09 am.
Pasé por delante de la pesada puerta del templo (aunque ya no es tan pesada como en un principio) y salgo por la escalera redondeada.
Las flores están vivas, llenas de color, la fuente brota con agua y el mundo es más brillante porque el Hijo de Dios ha resucitado.
Este artículo fue escrito originalmente por Anessa Rogers y fue publicado por mormonhub.com el título: “Day in the Life of a Temple Ordinance Worker“