Un significado crucial de la virtud que a menudo pasamos por alto (+ cómo comprenderlo puede darnos más confianza ante Dios)
Cuando pensaba que estaba cerca de morir, me di cuenta con una claridad asombrosa que existen dos cosas que te darán confianza para conocer a Dios, son solo dos: (1) caridad para todo y (2) virtud. “Deja también que tus entrañas se llenen de caridad para con todos los hombres, y deja que la virtud engalane tus pensamientos incesantemente; entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios.” D&C 121:45
Este es un extracto de un texto escrito en 1839.
¿Qué significaba virtud en ese tiempo? Mientras sigo tratando de cristalizar su significado en mi mente, una cosa de la que estoy seguro es que la “virtud” no tenía el significado principal que le asignamos hoy: “la práctica de los deberes morales y la abstención del vicio.” Ese solo es un significado terciario. “Virtud” tiene un significado diferente y principal, según el diccionario Webster de 1828: “Fuerza; esa sustancia o calidad de los cuerpos físicos, por la cual actúan y producen efectos en otros cuerpos.”
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La raíz latina de la cual deriva esa palabra, virtus, “era una virtud específica en la Roma Antigua. Conlleva connotaciones de valor, hombría, excelencia, coraje, carácter y dignidad.” Al unir estos dos conceptos, parece que en 1839 “virtud” significaba algo más parecido al uso moderno de la palabra “integridad.”
Según esta perspectiva, el significado del texto es que la confianza proviene (1) de sentir caridad por los demás (en la medida que llena nuestras partes más profundas) y (2) tener integridad, que requiere nuestra autenticidad. Consecuentemente, para dejar que la virtud engalane tus pensamientos incesantemente no quiere decir que pienses continuamente en formas de abstenerte del vicio. En su lugar, recomienda que tu consciencia se engalane o adorne con un compromiso continuo de autenticidad.
Que nuestra consciencia ante Dios dependa de nuestra capacidad de amar y ser auténticos tiene sentido para mí porque la esencia de Dios es amor (San Juan Apóstol 4:8) y verdad (San Juan 14:6). Jesús detestaba las falsedades. No soportaba estar rodeado de falsos pretenciosos y piadosos. “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad.” (Mateo 23: 27 – 28)
Él se sentía más cómodo entre los “publicanos, estando lejos,” en el templo, “no querían ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaban el pecho, diciendo: Dios, ten compasión de mí, pecador,” que con los miembros de la iglesia que pagaban el diezmo e iban al templo “de pie y orando para sí de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como estos publicanos.” (Lucas 18:10-14)
La autoconciencia, la honestidad confesional y la modesta falta de pretensiones de los publicanos son mucho más justas para Dios que la observancia absoluta. La piedad hincha la cabeza, encoge el corazón, fomenta el autoengaño y la separación de Dios. Nos acercamos a Él con nuestras acciones pero nuestros corazones están lejos de Él. (Mateo 15:8)
En pocas palabras, resiste la tentación al nivel de tu rectitud por medio de la conformidad, ortodoxia y obediencia a lo observable y mensurable. Si deseas tener confianza en esta vida y sentirte cómodo con Dios, se una persona autentica y amorosa. Para lograrlo, debes aprender a amar y aceptarte.
Para amar a los demás, necesitas estimarte y valorarte tanto como se te pide amar y valorar a los demás. Esta autoestima no se basa en un autoconcepto falso, grandioso o irreal. Por lo contrario, significa verte como Dios te pide que veas a los demás – como su hijo de valor infinito y digno de dar la vida por ti. La verdadera autoestima no se fundamenta en tus propios méritos. Después de todo, como Jesucristo dijo “sin mí nada podéis hacer.” (Juan 15:5) La verdadera autoestima se basa en el amor y misericordia de Dios hacia ti, Su creación. Eres digno de ser amado y digno de amar. Fuiste creado a imagen de Dios. Rechazarte es rechazar a Dios. Primero, debes aceptar tus debilidades para que puedas aceptar a Dios.
Esto podría sorprenderte pero Dios ya conoce tus errores y debilidades. Además, es posible que todos a tu alrededor también ya lo sepan. No los ocultes. Se más como los publicanos y menos como los fariseos. Solo se quién eres, no mientas, reconoce tus errores y conviértete en tu mejor versión para amar.
Dejar que la virtud engalane tus pensamientos es un llamado para evitar el autoengaño. Es una invitación a la autoestima, autoaceptación y completa honestidad. Filtra todo a través de ese filtro y tendrás confianza en la presencia de Dios. Verás que Dios te ama sobre todas las cosas. Y luego, cuando estés lleno de ese amor y aceptación de Dios podrás amar como deberías.
Artículo originalmente escrito por Dan McDonald de bebuilttolove.com y publicado en ldsliving.com con el título “One Crucial Meaning of Virtue We Often Overlook (+ How Understanding It Can Give Us More Confidence Before God).”