¿Cuándo fue la última vez que te arrodillaste, respiraste hondo y luego le suplicaste a Dios que hiciera que algo se detuviera, se fuera o cambiara?
Este tipo de oración, donde le pedimos a Dios que haga algo, no es poco común. En aquellos momentos, nos consideramos personas plenamente conectadas a Dios. Después de todo, estamos enfocados, estamos pidiendo Su atención y somos muy sinceros en nuestra súplica.
Si hacemos todo esto, entonces, ¿por qué Dios se siente tan lejos de nosotros en ese momento de necesidad?
Tal vez Dios parezca distante porque hacemos de la oración un medio para obtener lo que queremos, una herramienta para hacer realidad nuestro propio albedrío.
Este tipo de acción, que busca tratar de presionar a Dios para que “haga algo” por nosotros, demuestra una confianza limitada en Él. En este estado no podremos acceder a la ayuda que esperamos, la ayuda de los cielos no funciona solo cuando nos acordamos de orar.
En lugar de abrirnos a Su voluntad, a veces terminamos tratando a Dios como un genio que cumple deseos, tratamos de convencerlo de que hemos sido muy, muy buenos y que debe brindarnos la bendición que tanto deseamos.
Nuestras oraciones cambian significativamente cuando comenzamos a enfocarnos en ser lo que el Señor desea que seamos y en desarrollar, sinceramente, nuestra relación con Él.
La oración como una conversación
José Smith enseñó que parte del primer principio del Evangelio era “saber que podemos conversar con [Dios] como cuando un hombre conversa con otro” (Enseñanzas del profeta José Smith).
El élder Jeffrey R. Holland también explicó:
“Con mucha frecuencia convertimos la oración en una lista de pedidos. Es como si quisiéramos ir a la tienda a comprar eso y esto y aquello, lo necesitamos ahora mismo, lo queremos en una bolsa para luego seguir nuestro camino.
No recordamos que se supone que [Dios] debe respondernos. Terminamos nuestra oración, nos levantamos, y seguimos nuestro camino y regresamos al bullicio del mundo.
Necesitamos dejar que Él nos hable, en un ambiente tranquilo, en un ambiente sereno, probablemente después de que terminamos de hablar. Espero que no sean solo solicitudes”.
Más adelante el élder Holland aconseja:
“Cuando terminamos de hablar, ¡necesitamos escuchar Su voz! Necesitamos proporcionar el ambiente para que Él nos hable. Y eso significa… Permanecer tranquilos. Permanecer en silencio. Permanecer en un lugar privado. [De lo contrario], le estamos negando la oportunidad a [Dios] de respondernos!”.
En una entrevista con la Madre Teresa de Calcuta, el periodista Dan Rather preguntó: “¿Qué le dice a Dios cuando está orando?”.
Su respuesta pareció sorprenderlo: “Solo escucho”.
“Bueno, entonces, ¿qué dice Dios?”, añadió.
Con una sonrisa, ella le respondió: “Él escucha”.
La oración reflexiva, atenta y reverente tiene el objetivo de desarrollar y fortalecer nuestra relación con Dios, un Ser real con quien podemos hablar de manera genuina, íntima y personal. Esa comunicación bidireccional es una parte importante que cambia el “solo orar” a “estar en presencia de Dios”.
El presidente David O. McKay desarrolló el siguiente hábito:
“[Entraba] a una habitación oscura, una habitación privada… se arrodillaba en el centro de la habitación… y no decía palabra alguna. Esto no lo hacía al final de la oración. Lo realizaba antes de que comenzara a orar.
Él no decía nada por unos minutos, solo hasta después de que sentía que era digno de acercarse al trono del Señor, de presentarse ante [Él]… Luego esperaba en silencio [después de hablar], dándole al Señor una forma de responderle y hablar con él”.
Esto significa estar presente de todo corazón en todas nuestras oraciones con el Padre Celestial y ser paciente al esperar que surjan las respuestas específicas.
Además de desarrollar una “conciencia general y amorosa de la presencia de Dios”, como escribe Thomas Keating, la oración también “establece una actitud de espera en el Señor con amorosa atención”. Trabajar en esta práctica tan real de la oración reafirma “nuestra intención de ponernos a disposición de Dios”.
De esta manera, desarrollamos lo que Keating llama “el hábito de someternos a la creciente presencia y acción del [Padre]”. El autor cristiano John Backman lo escribe de esta manera:
“Al sentarnos en silencio, enfocando nuestra atención en el momento presente y el Espíritu dentro del mismo, brindamos espacio para que Dios nos hable apaciblemente y se conecte con nuestras almas”.
Este hábito implica permanecer consciente de nuestros propios deseos y esperanzas en la oración, con la intención de ceder a deseos y esperanzas superiores cada vez que se presente una discrepancia.
Este cambio en nuestras oraciones puede brindarnos alivio y hacernos más sensibles a la presencia, la influencia y el poder del Espíritu Santo con el tiempo.
Nuestro tiempo con Dios se convierte en una oportunidad por comprender mejor lo que desea para nosotros y alinearnos con una voluntad cuyos límites se extienden más allá de nuestra propia y limitada perspectiva.
Cuando lleguen los momentos difíciles a nuestras vidas, seremos auténticos y reales con Dios, incluso con respecto a nuestro dolor, pero también estaremos tranquilos, llenos de mansedumbre y reverentes en Su presencia.
En lugar del mismo viejo ritual de exigencias, podremos expresar la confusión, la frustración, el dolor o el estrés que nos pone de rodillas ante Él. Por otro lado, en tiempos más felices, nuestros corazones pueden estar llenos de gratitud.
Pero en cualquiera de los casos, cuando estamos en Su presencia, sometiendo nuestro entendimiento y voluntad limitados a los Suyos, se desarrolla una experiencia más sutil con Dios.
A medida que hacemos espacio en nuestros corazones para Su voluntad, amor y sabiduría, comenzamos a dejar de lado nuestros prejuicios subjetivos y desarrollamos una verdadera relación con Dios. Empezamos a confiar en Él.
Más que un deber o algo que se debe “hacer”, la oración puede convertirse en un acto de cercanía. En lugar de ser un “medio” para lograr lo que queremos, la oración puede convertirse en una forma de alinear constantemente nuestro corazón y nuestra mente con los de Dios, una y otra vez… oración por oración.
Fuente: LdsLiving