En 1902, William George Jordan escribió:
“La ingratitud, el pecado más común de la humanidad, es la amnesia del corazón… La persona que la posee, descubre que es el camino rápido a todos los demás vicios”.
A medida que aumentan los casos de COVID-19 y abundan el miedo y la incertidumbre, muchos se preguntan exactamente la razón por la que deben estar agradecidos.
La ingratitud es verdaderamente la amnesia del corazón. La sociedad que pierde la capacidad de sentir y actuar con gratitud, incluso durante tiempos difíciles, corre el peligro de perder mucho más.
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El 20 de noviembre, Russell M. Nelson, presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, compartió un mensaje al mundo. En medio de la pandemia mundial, altibajos económicos y conflictos sociales, el profeta y presidente de 96 años resaltó el poder sanador de la gratitud.
El presidente Nelson reflexionó sobre una lección aprendida y dijo:
“He llegado a la conclusión de que es mucho mejor contar nuestras bendiciones que dar cuenta de nuestros problemas”.
El poder sanador de la gratitud no se encuentra en la ausencia de desafíos o dificultades, ni tampoco se manifiesta en nuestros momentos de abundancia o prosperidad.
La gratitud emana de la humildad y emerge de nuestra reverencia, asombro y maravilla por todo lo bueno que nos rodea. La gratitud puede sanar los corazones rotos, restaurar familias heridas y restaurar comunidades en ruinas.
En un mundo que nos ofrece un flujo constante de gratificación instantánea, es fácil quedar atrapado y, finalmente, quedar esclavo de la mentalidad de creer que todo nos lo merecemos, lo que nos induce a la ingratitud.
Cuando con humildad volvemos nuestra atención hacia la gracia que recibimos del servicio desinteresado de los demás, encontramos gratitud y bondad.
Estuve muy agradecido por haber participado en una de las últimas entrevistas que dio el rabino Lord Jonathan Sacks antes de su fallecimiento.
Habló con elocuencia de los desafíos del cambio climático cultural impulsado por la retórica enardecida y divisiva que aviva las redes sociales. Tales emociones fomentan la ingratitud y suprimen la inspiradora interconexión de nuestras vidas.
Luego pasó a otro tipo de cambio climático igualmente catastrófico: El frío. El rabino describió un “glaciar de aislamiento, soledad y desesperación que congela las relaciones, destruyendo a las familias y enfriando a la sociedad”.
Cuando los cálidos rayos de gratitud son eclipsados por el desprecio y el egoísmo, prevalecen los corazones fríos y la conciencia de cada persona se vuelve insensible a la inclinación natural a ser más agradecidos y mejores ángeles para con nuestra naturaleza.
Dale G. Renlund, un miembro del Quórum de los Doce Apóstoles de la Iglesia de Jesucristo lo dijo de esta manera:
“Sentir reverencia por los dadores hace más por nosotros que solo volvernos agradecidos. Reflexionar en Sus dádivas puede y debe transformarnos”.
A principios de este año, el Papa Francisco también se refirió al espíritu de gratitud cuando dijo:
“La generosa gratitud de Dios Padre tiene en cuenta hasta el más pequeño gesto de amor y servicio hacia nuestros hermanos y hermanas. Es una gratitud contagiosa que ayuda a que cada uno de nosotros sea agradecido con quienes se ocupan de nuestras necesidades”.
La gratitud crece a medida que dirigimos nuestra atención y mostramos reverencia por los “dadores” en nuestras vidas, ya sean seres humanos o divinos.
En el pasado, he escrito sobre los numerosos estudios que rodean el fenómeno de por qué la fortuna y riqueza familiar no se transmiten más allá de una generación o dos.
Esto es especialmente desconcertante en los casos en que, dados los activos disponibles, se supone que la riqueza debería perpetuarse para siempre.
El célebre experto en riqueza multigeneracional, Lee Brower, suele apuntar a la ingratitud como la razón número uno por la que la riqueza no se prolonga de generación en generación.
Brower también enseña que la gratitud debe estar en el centro de cualquier enfoque de la gestión de un patrimonio.
La riqueza total incluye gratitud no solo por la abundancia de activos tangibles, sino también por los activos igualmente reales de carácter, principios, visión, metas, relaciones cercanas, conexiones personales y recuerdos significativos.
El valor para afrontar nuestra propia ingratitud puede ser una de las pruebas más abrumadoras del carácter personal. Albert Einstein dijo:
“Solo hay dos formas de vivir tu vida. Una es como si nada fuera un milagro. La otra es como si todo en ella lo fuera”.
La ingratitud no puede existir en el mismo espacio donde el asombro, la reverencia y el agradecimiento crean milagros en medio de lo común. Reconocer los milagros que nos rodean es el comienzo de la sanación.
Los sentimientos de amor y gratitud parecen crecer naturalmente en esta época del año. Vivida adecuadamente, la gratitud no es tanto un conjunto de comportamientos sino una forma de vivir y ser.
La gratitud expulsa la codicia, el egoísmo y los sentimientos de privilegio, trayendo como consecuencia el deseo de elevar y servir a los demás. La verdadera gratitud se expresa mediante la acción.
El presidente Nelson extendió una invitación agradecida al mundo:
“Los invito, durante la próxima semana, a convertir las redes sociales en su propio diario personal de gratitud. Publiquen cada día aquello por lo que están agradecidos. Por quienes están agradecidos y porque están agradecidos. Al cabo de los 7 días, observen si se sienten más felices y con más paz. Usen el #GiveThanks, #DaGracias”.
William George Jordan concluyó su disertación sobre la gratitud hace casi 120 años con este desafío:
“Concibamos la gratitud en su sentido más amplio y hermoso, de que si recibimos algún tipo de bondad, entonces somos deudores, no solo para una persona, sino para el mundo entero… Démonos cuenta de que es por la bondad de todos que podemos comenzar a pagar aquella deuda”.
El presidente Nelson concluyó su mensaje al mundo sobre el poder sanador de la gratitud con una oración. Le pidió a Dios:
“¿Podrías además ayudarnos a arrepentirnos del egoísmo, la falta de bondad, el orgullo y los prejuicios de todo tipo, para que nos sirvamos y amemos mejor, los unos a los otros, como hermanos y hermanas, y como Tus hijos agradecidos?”.
A lo que añadió un humilde y muy agradecido “amén”.
Fuente: deseret.com