El quinto capítulo del Evangelio de Mateo termina con uno de los mayores retos de todas las escrituras:
“Sed, pues, vosotros perfectos, así como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”.
¿Perfección? ¿Es posible?
En mi experiencia como líder eclesiástico, he podido entrevistar a muchos misioneros retornados como parte de la asignación.
Muchos me compartieron que tenían un plan en el cual lograrían ser “perfectos” a la edad de 25 años, algo que decían en serio.
No hacía ningún comentario al respecto pues realmente apreciaba su optimismo, sin embargo, estaba seguro de que se darían cuenta de que no es tan fácil como lo piensan.
Es cierto, puedes asistir todos los domingos a la Iglesia, puedes pagar tu diezmo íntegramente, abstenerte totalmente del tabaco y cumplir con los mandamientos, sin embargo, los intangibles e incontables principios, como el amor perfecto, el perdón, la humildad, etcétera, son, por mucho, los más difíciles de dominar.
Creo que es razonable decir que cualquiera que ha pasado los 22 años ha pasado por la desilusión con respecto a alcanzar la perfección en esta vida.
Así que, ¿cuál es la finalidad del mandamiento de “llegar a ser perfectos”? ¿Acaso es ¡ deprimirnos al saber que no podemos serlo? La perfección es una cruz muy pesada de llevar, de hecho, a veces puede ser un desafío psicológico.
Aquí es donde el sacrificio del Señor Jesucristo tiene lugar, o en otras palabras, donde debe llegar. Esto debe ser obvio para todo cristiano devoto.
Una de las declaraciones más importantes que José Smith realizó fue:
“El fundamento principal de nuestra religión es el testimonio de los apóstoles y profetas concerniente a Jesucristo: “que murió, fue sepultado, resucitó al tercer día, y ascendió a los cielos.” Todos los demás principios se allegan a este”.
Muchas personas y Santos de los Últimos Días, parecen trabajar día a día bajo el pensamiento de que necesitan ganarse su entrada al cielo, a pesar de lo que se enseña en las escrituras:
“Pues sabemos que es por la gracia por la que nos salvamos, después de hacer cuanto podamos”. – 2 Nefi 25:23
No necesitamos ser “perfectos” para ser bienvenidos en el cielo; simplemente necesitamos ser verdaderos discípulos de Jesucristo y aceptarlo a Él como nuestro Señor y Maestro.
El hecho de que podamos entrar al cielo aun siendo imperfectos significa que se nos ha dado el preciado don del tiempo, pues con la promesa de la vida eterna viene la promesa del progreso eterno.
Nuestro progreso no termina con la muerte.
Esto quiere decir que podemos relajarnos un poco, en realidad, no ser tan duros con nosotros mismos.
Si nos equivocamos no necesitamos desesperarnos, no estamos perdidos; sin embargo, esto no es un permiso para descuidarnos, hacer lo que queramos o justificar caer en nuestra debilidades.
Debemos seguir perseverando y procurar no relajarnos del camino.
La relación entre el llamado a la perfección y la capacidad de auto perdonarnos es esencial:
“Y mirad que se hagan todas estas cosas con prudencia y orden; porque no se exige que un hombre corra más aprisa de lo que sus fuerzas le permiten. Y además, conviene que sea diligente, para que así gane el galardón; por tanto, todas las cosas deben hacerse en orden”. – Mosíah 4:27
Esta última Conferencia General hemos escuchado la importancia de cuidar la salud mental y nuestro amor propio dejando de lado las expectativas poco realistas que crean sentimientos inadecuados, dándonos a entender que no somos lo suficientemente buenos y de que nunca lo seremos.
El élder Vern P. Stanfill, un setenta autoridad general, recalcó con firmeza:
“Recuerden que el perfeccionismo no es lo mismo que ser perfeccionados en Cristo”.
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Fuente: Meridian Magazine