La gracia y la justicia están entrelazadas. Nuestros conceptos sobre la justicia moldean los conceptos que tenemos sobre la gracia. A su vez, lo que pensamos sobre la justicia depende de lo que pensamos sobre el propósito de la ley de Dios.
Entonces, si queremos dejar atrás el concepto del pecado original y comprender la idea de la gracia original, la pregunta más importante que debemos hacernos es: ¿cuál es el propósito de la ley de Dios?
En Mosíah 4:16, Benjamín le promete a su pueblo que, si retienen en el recuerdo la grandeza de Dios y su propia insignificancia, “no [permitirán] que el mendigo os haga su petición en vano”.
Benjamín luego ejemplifica este escenario hipotético de manera simple y sencilla, la diferencia crucial entre dos puntos de vista divergentes de la ley de Dios y la naturaleza del sufrimiento:
“Tal vez dirás: El hombre ha traído sobre sí su miseria; por tanto, detendré mi mano y no le daré de mi alimento, ni le impartiré de mis bienes para evitar que padezca, porque sus castigos son justos.
Mas, ¡oh hombre!, yo te digo que quien esto hiciere tiene gran necesidad de arrepentirse; y a menos que se arrepienta de lo que ha hecho, perece para siempre, y no tiene parte en el reino de Dios”. -Mosíah 4:17–18
Esta negación de la petición del mendigo ejemplifica el malentendido fundamental de la ley de Dios y, lo que es más importante, dramatiza enérgicamente la lógica, es decir, la explicación de por qué las personas sufren, lo que respalda este malentendido.
¿Cuál es, según la lógica del pecado original, la razón del sufrimiento del mendigo? Como dice Benjamín, la lógica es directa.
Al negar al mendigo, se podría decir que este “hombre ha traído sobre sí su miseria; por tanto, [Dios] detendrá [su] mano”. Se negará a ayudarlo porque “sus castigos son justos”.
Esta negación de la petición del mendigo está motivada por una cierta comprensión de la ley de Dios. Da por sentado que la justicia requiere un castigo y que un castigo justo tomará la forma de sufrimiento.
La lógica del pecado original relaciona directamente la justicia al castigo y al sufrimiento. Supone que el orden natural de las cosas materiales —manifestado aquí en el evidente sufrimiento del mendigo— es idéntico al orden moral de las cosas. Si el mendigo sufre, es porque merece sufrir.
En su forma más básica, la historia contada por el pecado original es esta: el origen de todo sufrimiento es el pecado. Y aunque esta lógica es bastante natural, Benjamín la rechaza rotundamente.
De hecho, Benjamín afirma que cualquiera que piense de esta manera tiene “gran necesidad de arrepentirse” y “no tiene parte en el reino de Dios” (Mosíah 4:18).
Como dice Benjamín, el pecador no es el mendigo que merece sufrir. El pecador es la persona que piensa que el mendigo merece sufrir. El pecador es la persona que, de acuerdo con la lógica del pecado original, ve el sufrimiento del mendigo como un castigo justo.
En contraste, Benjamín, al igual que Jesús, ve el orden moral de las cosas como una respuesta dada por Dios al sufrimiento que experimentamos en la esfera material, no como una justificación de ese sufrimiento.
A pesar de la contundente negación de Benjamín de la lógica del pecado original, esta forma de pensar sobre la justicia y el sufrimiento está arraigada tanto en la tradición cristiana como en el mundo en general.
Las revelaciones de los últimos días, como el segundo Artículo de Fe, rechazan la doctrina del pecado original. Y más allá de esto, la Restauración también reescribe, las historias cristianas que respaldan el razonamiento de la tradición sobre el sufrimiento.
Nuestras revelaciones reescriben a fondo las conocidas historias del cristianismo sobre el origen del mundo (especialmente las historias sobre Adán y Eva), el fin del mundo y el castigo eterno para todos lo que cometen pecado.
La tradición cristiana ve nuestra caída colectiva a la mortalidad como una caída colectiva al sufrimiento, la enfermedad y la muerte, como una pérdida catastrófica y un castigo justo. Los Santos de los Últimos Días ven nuestra caída a la mortalidad como uno de los mayores dones de Dios.
Nuestras atribuladas vidas mortales no son un castigo. Nuestro sufrimiento en la mortalidad no es prueba de que el plan original de Dios se arruinó. Como lo comparten los Santos de los Últimos Días, nuestra vida en la tierra es parte del plan original de Dios.
En la traducción de la Biblia de José Smith, Eva expresa:
“De no haber sido por nuestra transgresión, nunca habríamos tenido posteridad, ni hubiéramos conocido jamás el bien y el mal, ni el gozo de nuestra redención, ni la vida eterna que Dios concede a todos los que son obedientes”. -Moisés 5:11
Los Santos de los Últimos Días ven la vida después de la muerte en una recompensa de diferentes grados de gloria que, en comparación con las creencias tradicionales, desechan de manera efectiva el concepto del “infierno”.
¿El pecado causa sufrimiento? Sí. ¿La justicia de Dios requiere el sufrimiento del hombre como castigo por el pecado? No.
El pecado aumenta nuestro sufrimiento porque “la maldad nunca fue felicidad”, no porque Dios quiere que suframos (Alma 41:10). El sufrimiento es un problema, no un castigo.
Doctrina y Convenios 19 expresa lo siguiente:
“Porque he aquí, yo, Dios, he padecido estas cosas por todos, para que no padezcan, si se arrepienten; mas si no se arrepienten, tendrán que padecer así como yo”. -Doctrina y Convenios 19:16–17
Dios no se esmera para que nosotros suframos. La obra de Dios es aliviar y redimir ese sufrimiento. Él sufrió por nuestros pecados para que no tuviéramos que pasar por ello.
Si aun así sufrimos por nuestros pecados, es porque queremos sufrir, rechazamos la gracia de Dios. Nos negamos a arrepentirnos.
¿Tiene el sufrimiento, en general, un propósito? No. El sufrimiento es solo parte de la vida. Pero el sufrimiento puede, por medio de la gracia, tener un propósito.
Además de ser aliviado, se puede redimir. Puede enseñar, fortalecer y empoderar. Puede, en las manos de Dios, ser reutilizado para nuestro crecimiento y progreso.
Según la lógica del pecado original, el fin de la ley es el castigo. El propósito de la ley es darnos lo que nos merecemos. La ley es un mecanismo divino para juzgar quién merece sufrir (o no) y en qué medida. El punto de la ley es la acusación.
La lógica de la gracia, por otro lado, considera que el propósito de la ley es el amor. El propósito de la ley sigue siendo juzgar, solo que ahora, se decide lo que necesita ser juzgado.
La ley es un mecanismo divino para juzgar lo que se necesita para aliviar el sufrimiento y liberar a los pecadores. El punto de la ley es la gracia.
El pecado parte de la creencia de la culpa y concluye que el sufrimiento es merecido. La gracia parte de la realidad del sufrimiento y concluye que se necesita la redención.
El pecado usa la ley de Dios para pedir lo que se merece. La gracia usa la ley de Dios para pedir lo que se necesita.
Fuente: LdsLiving
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